Los resultados recientes han puesto en duda la idea de que la selección de Estados Unidos está un escalón arriba de la mexicana. Si se observan los últimos partidos frente a rivales de mayor exigencia, el panorama sugiere que esa diferencia podría ser más un mito que una realidad.
Estados Unidos cayó 2-0 ante Corea del Sur en septiembre, en su propio terreno. Más allá del discurso optimista del técnico Mauricio Pochettino, el juego evidenció fallas defensivas, desconcierto táctico y falta de eficacia en el área rival. Un golpe preocupante para un equipo que será anfitrión del próximo Mundial y que aún no muestra solidez.
México, en cambio, empató 2-2 con el mismo rival en Nashville. Los goles de Raúl Jiménez y Santiago Giménez reflejaron una selección combativa, capaz de reaccionar ante la adversidad pese a errores atrás. Aunque el duelo fue en territorio estadounidense, donde ambos equipos contaban con ventaja logística, el desempeño tricolor dejó mejores sensaciones.
La comparación se vuelve más clara si se incluye a Brasil: los sudamericanos golearon 5-0 a Corea en Seúl, mostrando la distancia que aún separa a las potencias de las selecciones de Concacaf. Aun así, México y Estados Unidos parecen más parejos de lo que el discurso tradicional sostiene.
Ambos equipos enfrentan retos distintos: México busca constancia y Estados Unidos identidad. Ninguno está listo para competir de igual a igual con los gigantes del futbol, pero tampoco puede considerarse débil. La clave está en aprovechar cada ventana internacional para corregir, fortalecer y creer en su propio crecimiento.