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Crónicas guadalupanas: los testimonios de la devoción

Por Arturo Madrigal


Es jueves 11 de diciembre. Ya es de noche y las calles de la Ciudad de México están repletas. Lo habitual en la capital.

Los coches atiborran las vialidades y el transporte público está a reventar. La gente regresa a sus casas después de un arduo día de trabajo o estudio.

En el metro, las caras son de impaciencia. Todos quieren estar ya en su destino.

Al llegar a la estación Deportivo 18 de Marzo el vagón se vacía en segundos. Los pasajeros salen disparados menos uno, que sale con calma. Carga consigo una figura de la Virgen de Guadalupe.

Afuera, en la estación, multitudes corren para transbordar a otra línea o alcanzar una combi. En medio del caos urbano, la advocación mariana aparece de nuevo en diversas formas: cuadros, estatuas, playeras, escapularios… Son peregrinos que se dirigen a la Villa de Guadalupe, a la Basílica. Todos van a visitar a la Guadalupana, a la “Morenita del Tepeyac”.

Son ya 494 años desde que, según la Iglesia Católica, la Virgen de Guadalupe se le apareció al indio Juan Diego para pedirle erigir un templo en su honor. Así comenzó el acto de fe que más simboliza a los mexicanos.

Desde hace meses, el flujo de peregrinos es notable en la Calzada de Guadalupe. Conforme se acerca el 12 de diciembre se vuelven cientos, luego miles, hasta ser millones. Muchos de ellos llegan en autobuses, que se convierten en parte de la escena en las calles aledañas. Provienen de todos los rincones del país y del mundo.

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A unas horas de la medianoche las inmediaciones de la Villa están inundadas por interminables ríos humanos que buscan desembocar en la Basílica. No son gente que casualmente pasa por la zona: son fieles, unidos por la devoción.

Hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos mayores, familias enteras, trabajadores, discapacitados, danzantes, ciclistas… el amor por la Guadalupana no hace distinciones.

Todos llevan a la Virgen consigo. Alguna figura, pintura, bordado o estampa. Lo que sea que represente una prueba del fervor.

Algunos la cargan en brazos, otros en la espalda con la ayuda de un mecapal. Hay quienes caminan de rodillas para cumplir con una manda, para agradecer o hasta redimirse. Cada peregrino tiene sus motivos… su historia.

Empieza a llover, pero nada impide que millones hagan la vigilia. Quieren todos estar a tiempo en la Basílica para cantar las tradicionales “Mañanitas” a la Morenita del Tepeyac. La Villa atestigua el milagro de la fe.

Los fieles avanzan por la Calzada de Guadalupe y la Calzada de los Misterios. A los lados hay cientos que duermen en tiendas de campaña o incluso en la banqueta. Peregrinar no es cosa de un solo día.

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En las calles también están los que hacen negocio con la devoción. Muchos hacen su agosto vendiendo comida. Otros venden artículos alusivos a la Virgen a aquellos devotos que de último momento deciden comprar.

“Lleve su estampa, su escapulario, barato baratooooo”.

Nadie deja pasar la oportunidad de ofrecer su mercancía. Porque la fe mueve montañas… y también dinero.

Los peregrinos se van acercando lentamente a la Plaza Mariana. Es imposible ya caminar con fluidez. Las multitudes hacen que prácticamente ya no quepa ni un alfiler.

Como parte de los operativos de seguridad, la autoridad interviene frenando por momentos el flujo de gente. Buscan evitar amontonamientos.
Alrededor no deja de escucharse el canto que se ha convertido en un himno.

“Desde el cielo una hermosa mañana, la Guadalupaaaaana, la Guadalupaaaana, la Guadalupaaaaana bajó al Tepeyaaac”.

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Los fieles están ya en la Plaza. Poco a poco se acercan al Pórtico de la Esperanza, la entrada a la Basílica. Al fondo se aprecia a la “festejada”: la Virgen de Guadalupe. Su figura está en la tilma que, según la Iglesia, es la prueba de la aparición mariana ante Juan Diego.

Conforme se acercan a la imagen la alegría va imperando en los ánimos. Celebran haber llegado. Los que venían de rodillas se ponen al fin de pie mientras otros cantan y echan porras.

“¡Viva Santa María de Guadalupe!, ¡Viva la virgen!”.

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Ya están cerca de la Guadalupana. Guardan silencio para pasar debajo de ella. Cuando la tienen al frente la veneran. Le toman fotos, le rezan. Dan gracias por todo y le piden favores. La peregrinación de días, semanas y hasta meses, concluye. Son solo unos segundos frente a ella. Con eso basta. La misión se ha cumplido.

“En la tilma entre rosas pintadas, su imagen amada, su imagen amada, su imagen amada se signó a dejar”.

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Cientos salen y cientos entran. La dinámica se repite sin parar mientras en la Basílica se llevan a cabo las misas correspondientes. Ya todo está listo para cantar “Las Mañanitas” a la Virgen.

Afuera, en la Plaza Mariana, también hay decenas de tiendas de campaña. Los que estaban dormidos despiertan para llegar al momento esperado. La Villa de Guadalupe está de fiesta.

“’Juan Dieguito’ la virgen le dijo, ‘este cerro elijo, este cerro elijo, este cerro elijo para hacer mi altar’”.

Es medianoche. Ya es 12 de diciembre y los mariachis empiezan a sonar desde la Basílica. La Virgen recibe sus “mañanitas”. Sinfín de voces se unen en una sola para cantarle. Afuera, la pirotecnia por todo lo alto. Aplausos, porras, música. Todo es un jolgorio.

“¡Chiquitibum a la bim bom ba!, a la bío, a la bao, a la bim bom ba, ¡la virgen, la virgen, ra ra raaaaa!”.

Muchos fieles celebran. Otros piensan en sus propias historias. Algunos agradecen los milagros recibidos. Otros aún lo esperan. Hay también quienes lo encuentran. En la Villa pasan cosas extraordinarias.
 
Pide a su “mamá” que le ayude
 
Alondra lleva abrazado un cuadro de la Guadalupana. Baila por la Calzada al ritmo de la música mientras camina rumbo a la Basílica.

Ella es una mujer trans de 34 años originaria de la Ciudad de México. Vivir como Alondra le ha traído humillaciones, depresión y sufrimiento, por eso encuentra en la Virgen un refugio para salir de la adversidad.

“Esta vez vengo un poquito más triste, más deprimida… Yo también soy ser humano y vengo a pedirle a la virgencita que me aleje los vicios, el alcoholismo, la adicción por las drogas, porque es un mundo muy triste realmente para toda la gente que vive así, y sin embargo la sociedad en vez de ayudar pues te señala a veces o la misma gente te trata de humillar más”, lamenta.

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Alondra procura visitar la Basílica con frecuencia, no solo el 12 de diciembre, pues para ella, la Virgen de Guadalupe “es como mi mamá”.

“Es la madre de nosotros, la madre de Dios… todo ser humano necesita de algo supremo”, dice.

Así, aguarda por el milagro de la salvación.
 
Peregrina para pedir por la familia
 
Guadalupe espera el milagro de la salud.

Ella viene desde Iztapalapa. Tiene 29 años y lleva ocho visitando a la Virgen Morena. Carga en el brazo una figura de la guadalupana como prueba de su fe.

Acompañada de la familia de su esposo, Guadalupe camina presurosa a la Villa para cumplir su manda. Agradece a la virgen por todo lo que le da, sin embargo, este año tiene una petición especial.

“Vengo a pedirle por la familia y por mi madre, ahorita está en una situación muy complicada, ha estado malita, y pues le vengo a pedir que la cure y me la proteja mucho, y a mis hijos igual”, dice.

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Afirma que la virgen es muy milagrosa, y mientras se tenga fe, se cumple todo lo que se le pide. Por ese motivo “hasta que aguantemos” seguirá visitando a la Morenita del Tepeyac.

“No rendirnos, ahora sí que venimos con fe y sin cansancio, pero venimos bien”, asegura.

Guadalupe se abre paso en medio de todos, que, como ella, tienen un motivo para estar ahí. Los fieles son tantos que la devoción adquiere otra dimensión.

Varios metros adelante de ella un contingente de danzantes indígenas avanza hacia la basílica. Portan máscaras y bailan al ritmo de la flauta y el tambor. La procesión adquiere un toque místico.

El fervor guadalupano es mucho más que una convicción religiosa. Es la mexicanidad en su esplendor.

“Y eran mexicanos, y eran mexicanos, y eran mexicanos su porte y su faz”.

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El milagro de la esperanza
 
Las multitudes aún colman la Calzada de Guadalupe.

En medio del mar de gente José Geovanny carga su sufrimiento mientras camina de rodillas rumbo a la Basílica. Viene desde Nezahualcóyotl, Estado de México, para cumplirle a la virgen la manda que con esperanza año con año realiza.

José Geovanny tiene 30 años, y de ellos lleva 15 sin ver a su madre. Cuando se acuerda de ella su voz se quiebra y las lágrimas salen.

“Esta es una manda que tengo que cumplir cada año por mi madre, que la quiero tener en mis brazos, realmente no he podido tenerla, tiene desde los 15 años que no la he visto, yo le pido a la Virgen de Guadalupe cada día, cada momento y cada vez que vengo aquí a la Basílica…”, dice entre sollozos.

En medio del llanto cuenta que le han dicho que vive cerca de Chalco, sin embargo, cuando la busca no logra encontrarla.

“El que tenga a su madre, que la valore, porque ahora que yo no la tengo mi vida no es lo mismo”, alcanza a expresar.

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A sus dos hijos tampoco los ha podido ver.

Relata que tuvo una niña, a la que secuestraron cuando tenía 15 días de nacida. Saca la cuenta y dice que hoy tendría cuatro años y medio. A su hijo no lo ve porque su madre “se lo quitó”.

“Le pido también (a la virgen) por mis hijos, que me los regrese a mis brazos, por eso cada año tengo que cumplir mi manda, cada 11 de diciembre”, menciona.

A José Geovanny le falta casi un kilómetro para llegar a la Villa. Por momentos parece que sus rodillas no pueden más, entonces se aferra a la esperanza y saca fuerzas de donde puede para seguir su camino. Ya quiere llegar ante la Guadalupana, a la que considera “mi adoración, mi todo”.

“Yo no me rindo, hasta que yo esté a los pies de mi madre Virgen de Guadalupe se acaba mi manda, y el siguiente año y el siguiente hasta que mi Virgen de Guadalupe y Dios me preste vida aquí voy a estar, cada año”, promete.
 
Milagro por partida doble
 
Yesenia llega por fin a la Plaza Mariana. Viene peregrinando desde Chalco, en compañía de su familia. Este es el séptimo año que cumple con su manda.

Recuerda que los primeros seis años visitó la Basílica para pedir por la salud de su hija con epilepsia.

“Ha mejorado mucho, tiene epilepsia de segundo grado, ya algo muy bajo a comparación de seis grados que tenía”, detalla.

Este 12 de diciembre el motivo es el regreso de su hermano que estaba desaparecido. Le atribuye el milagro a la guadalupana.

“Por eso prometí venir a traerlo hoy”, dice.

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El milagro de la solidaridad

En la Calzada de Guadalupe los peregrinos recargan sus energías en remansos de generosidad.

Un milagro mariano se manifiesta a través de manos solidarias que regalan café, pan y comida a los devotos que llegan a la Villa después de un largo camino. Toman su alimento y sacian el hambre con el agradecimiento por delante.

El señor Rogelio Huerta González atiende a la gente en una mesa instalada en la esquina con Río Blanco. Él es una de esas manos bondadosas.

Originario de la Ciudad de México, junto con su familia, lleva 22 años brindando un bocado a los fieles que cada 12 de diciembre se dan cita en la basílica.

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La tradición familiar, cuenta el señor Huerta, comenzó con su madre, la señora Guadalupe, quien para honrar a la Virgen sirvió comida a los peregrinos por 45 años. A la noble tarea del señor Rogelio se le suman primos, tíos, hermanos y sobrinos.

“La verdad cuando se dan las cosas de corazón es porque la gente lo va a aceptar”, dice mientras reparte el pan.

Don Rogelio, como buen guadalupano, no deja de agradecer a la virgen, a la que visita con frecuencia varias veces al año.

“Le agradezco a la virgen y le pedimos por la familia y le pedimos por la salud más que nada, y nos lo ha concedido”, expresa.

La fe sin límites
 
La devoción no conoce horarios. Falta poco para el amanecer y los peregrinos siguen llegando por miles.

Manuel Martínez viene caminando desde el Ajusco. Tiene 35 años, y desde que tiene memoria acude a la Basílica a visitar a la Guadalupana, “a su madrecita linda”.

Peregrina para pedir por la protección de su madre, hermanos e hijas, así como para agradecerle por todo lo que le da.

“No hay más que la virgen, la virgencita linda y mi santo padre Cristo”, dice.

Se asoman los primeros rayos del sol. Al fondo de la Plaza Mariana se vislumbran el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Otro milagro guadalupano.

Por momentos, parece que el flujo de gente disminuye su intensidad, hasta que las multitudes vuelven a inundar la Calzada. No hay hora para agradecer por las bendiciones, siempre es el momento.

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De nuevo hombres, mujeres, niños, figuras, cuadros, escapularios, la virgen en la espalda… es el ciclo de la fe que se repite y se repite, enmarcando así el culto con más arraigo en México.

Los fieles cruzan el Pórtico de la Esperanza, que bien sabe hacer gala del nombre. Vuelven las porras, los cantos, la veneración. Entran, salen…

Así llegan millones, y así se van. La fiesta podrá terminar, pero la devoción no. Esa se queda intacta y muy firme, en espera del próximo año, en la que pueda salir, una vez más, a flor de piel.

“Desde entonces para el mexicano, ser guadalupano, ser guadalupano, ser guadalupano es algo esencial”.