Luca Zidane, de 27 años, acaba de dar un giro importante en su carrera, la FIFA le aprobó el cambio de nacionalidad deportiva, de Francia a Argelia, lo que le abre la posibilidad de brillar con la selección de los “Fennecs”. Hasta ahora había defendido camisetas juveniles de Francia, pero nunca disputó un partido oficial con la selección mayor, lo que hizo viable este traspaso.
Su trayectoria no es la de un portero que haya pasado inadvertido, Luca surgió en la cantera del Real Madrid, debutó con el primer equipo en un par de ocasiones, tuvo pasos por Rayo Vallecano, Eibar y ahora Granada en Segunda División. Siempre bajo la sombra de su padre, Zinedine Zidane, Luca desarrolló su carrera con la carga mediática de ese apellido, con comparaciones inevitables, con expectativas extra porque el linaje es poderoso. Pero también con obstáculos, competir por un puesto en Francia como portero no es fácil, dada la calidad existente y la tradición de grandes guardametas.
Ahora, con Argelia, su oportunidad se redefine, podría tener minutos reales, figuración internacional, pelear ser titular en torneos como la Copa Africana de Naciones y aspirar al Mundial 2026 si Argelia clasifica.
Este caso abre una reflexión más amplia sobre hasta qué punto el apellido, el nombre, la conexión familiar, le permiten a futbolistas tener puertas abiertas que para otros no existen. Parece claro que el “Zidane” le ha dado a Luca visibilidad, expectativas, quizás oportunidades que otros porteros de perfil similar han tenido que luchar más para obtener. No siempre el mérito deportivo puro es lo único que cuenta: el prestigio familiar, las redes, el reconocimiento mediático, todo suma y puede inclinar la balanza.
Eso tiene un efecto invisible pero real, jugadores con talento, sin apellido famoso o sin conexiones, enfrentan barreras mayores, pueden tardar más en ser reconocidos, en obtener minutos clave o convocatorias, incluso sabiendo que también rinden. Los medios, los clubes, los aficionados, muchas veces premian la narrativa, la historia, la promesa que viene con un “apellido ilustre”.
Es un hecho que el apellido le ha dado alas, pero el futbol exigirá que demuestre más allá del nombre. Pero ser un portero importante, confiable, decisivo dependerá de su rendimiento, de su carácter en partidos reales, de si aguanta presión, de su constancia. Los goles, los atajadas, los minutos verdaderos importan, y al final son esas otras cosas, el desempeño, el compromiso, la regularidad y las que solemos recordar.
Su trayectoria no es la de un portero que haya pasado inadvertido, Luca surgió en la cantera del Real Madrid, debutó con el primer equipo en un par de ocasiones, tuvo pasos por Rayo Vallecano, Eibar y ahora Granada en Segunda División. Siempre bajo la sombra de su padre, Zinedine Zidane, Luca desarrolló su carrera con la carga mediática de ese apellido, con comparaciones inevitables, con expectativas extra porque el linaje es poderoso. Pero también con obstáculos, competir por un puesto en Francia como portero no es fácil, dada la calidad existente y la tradición de grandes guardametas.
Ahora, con Argelia, su oportunidad se redefine, podría tener minutos reales, figuración internacional, pelear ser titular en torneos como la Copa Africana de Naciones y aspirar al Mundial 2026 si Argelia clasifica.
Este caso abre una reflexión más amplia sobre hasta qué punto el apellido, el nombre, la conexión familiar, le permiten a futbolistas tener puertas abiertas que para otros no existen. Parece claro que el “Zidane” le ha dado a Luca visibilidad, expectativas, quizás oportunidades que otros porteros de perfil similar han tenido que luchar más para obtener. No siempre el mérito deportivo puro es lo único que cuenta: el prestigio familiar, las redes, el reconocimiento mediático, todo suma y puede inclinar la balanza.
Eso tiene un efecto invisible pero real, jugadores con talento, sin apellido famoso o sin conexiones, enfrentan barreras mayores, pueden tardar más en ser reconocidos, en obtener minutos clave o convocatorias, incluso sabiendo que también rinden. Los medios, los clubes, los aficionados, muchas veces premian la narrativa, la historia, la promesa que viene con un “apellido ilustre”.
Es un hecho que el apellido le ha dado alas, pero el futbol exigirá que demuestre más allá del nombre. Pero ser un portero importante, confiable, decisivo dependerá de su rendimiento, de su carácter en partidos reales, de si aguanta presión, de su constancia. Los goles, los atajadas, los minutos verdaderos importan, y al final son esas otras cosas, el desempeño, el compromiso, la regularidad y las que solemos recordar.