La primera reunión entre Claudia Sheinbaum y Donald Trump se dio entre sonrisas y cordialidad, sin exabruptos del presidente estadounidense ni reclamos de su parte. Ésa debería ser la normalidad en el encuentro entre dos jefes de Estado, pero no es el caso de las entrevistas que tiene Donald Trump con sus pares de otros países.
A diferencia de innumerables mandatarios que han sido exhibidos por Trump, ridiculizados ante cámaras o utilizados como escenografía política, Sheinbaum consiguió que la reunión sucediera de manera privada. La reunión se dio junto con Mark Carney, primer ministro de Canadá, en el marco del sorteo para el Mundial 2026, organizado por los tres países. La cita fue a puertas cerradas, sin prensa y sin el espectáculo que caracteriza al magnate.
No hace falta haber estado en la negociación para entender que ese acuerdo de privacidad fue impulsado por México, no por Trump, quien rara vez renuncia a un escenario público. Probablemente la iniciativa haya sido apoyada por Carney, a quien ya se ha sometido a los bochornosos encuentros públicos con Trump.
México ha sido uno de los principales blancos de la furia discursiva de Trump, por lo que se esperaría que cargara contra Sheinbaum al encontrarse por primera vez con ella. Pero no fue así. En el tiempo que compartieron durante el evento del sorteo, la interacción se desarrolló con normalidad y cordialidad.
Desde que Sheinbaum asumió la presidencia, el tono del republicano ha cambiado y sus declaraciones contra México se han suavizado.
Sheinbaum parece haber logrado lo que ni Peña Nieto ni López Obrador consiguieron: un trato respetuoso. Este hecho es importante no por una mera cuestión de honor nacional, sino porque es una condición necesaria para el desarrollo ordenado de los intercambios entre los dos países en todas las áreas de la relación bilateral.