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Agencia Reforma
En su informe de gobierno, Claudia Sheinbaum hizo varias referencias destacadas a su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, reafirmando la herencia que dio origen a su movimiento. Por ejemplo, afirmó que con su administración “continuamos con el legado de AMLO, que sacó de la pobreza a más de 13.5 millones de personas”.
“Avanzamos sustentados en la gran hazaña del presidente López Obrador, que no solo separó el poder político del poder económico, sino que con un nuevo proyecto de justicia social… Es pertinente mencionarlo cuantas veces sea necesario”, aseguró.
Estas alusiones no son sólo reconocimiento, sino parte de la construcción y reproducción de mitología del actual régimen, que pone al centro a López Obrador como figura fundacional de lo que llaman hazaña, como recuerda la presidenta. AMLO sigue siendo el referente moral y político más potente del morenismo, y Sheinbaum lo invoca para afianzarse en ese espacio simbólico. Su liderazgo tiene bases propias, pero en el imaginario del movimiento la figura del expresidente sigue siendo crucial.
La pregunta es hasta qué punto AMLO es sólo un referente simbólico y discursivo o si podría ser más que eso, pues bien podría seguir maniobrando tras bambalinas. Las lealtades construidas hacia su persona siguen frescas y podrían pesar más que las que hay hacia la presidenta.
El discurso de la presidenta confirma un cambio importante del presidencialismo mexicano, pues hasta ahora los mandatarios buscaban desmarcarse de sus antecesores para mostrar su liderazgo propio. No es el caso de Sheinbaum, y difícilmente podría serlo, pues los presidentes anteriores procedían de partidos que, con todos sus defectos, operaban bajo una lógica institucional. Morena surgió como un movimiento unipersonal que se consolidó a partir de la popularidad de un solo individuo.
Habrá que seguir atentos a la evolución del uso simbólico de la figura de AMLO y los distintos caminos mediante los cuales Sheinbaum busque la consolidación de su liderazgo.
