“En realidad había una amistad con el presidente”, confesó Rubén Rocha Moya para explicar por qué fue elegido como el candidato de Morena a la gubernatura de Sinaloa, y no quien resultó ganador de las dos encuestas, Luis Guillermo Benítez Torres, conocido como “El Químico”.
La frase pasó de ser una anécdota a una revelación política que desnuda cómo se toman las decisiones dentro de Morena.
Esta confesión muestra el engaño de participación que pretende vender el partido en el poder. Morena ha defendido que sus candidaturas se deciden por encuestas “transparentes”. Sin embargo, cuando un gobernador admite que su designación fue producto de la amistad con el entonces presidente de la República, se confirma lo que muchos militantes han denunciado. Es decir, que las encuestas son un trámite, una simulación para legitimar decisiones que se toman en la cúpula.
Esta confesión también evidencia la falta de separación entre el partido y el gobierno. Que un presidente en funciones decida quién debe ser candidato de su movimiento implica una fusión peligrosa entre el poder público y el poder partidista. Esa fusión erosiona la institucionalidad democrática y convierte al Estado en un instrumento político al servicio de un partido.
Finalmente, esta descarada declaración exhibe la prevalencia de las relaciones personales sobre el interés público. En lugar de criterios de capacidad, experiencia o legitimidad social, lo que pesa es la cercanía con el líder.