La presidenta Claudia Sheinbaum ha planteado que México podría fungir como mediador para reducir la tensión entre Estados Unidos y Venezuela, que ha escalado tras ataques de fuerzas estadounidenses a embarcaciones venezolanas, la incautación de la carga de un buque y amenazas de una posible incursión militar.
¿Hoy México tiene la capacidad, la legitimidad y el peso político para asumir el papel que la presidenta Sheinbaum desearía?
En primera instancia, parece poco probable que Donald Trump acepte una negociación con el régimen de Nicolás Maduro, a quien ha calificado como líder de un cártel del narcotráfico. Aun si aceptara algún canal de diálogo, resulta necesario preguntarse si México sería un mediador deseable para las partes. Nuestro país tiene frentes delicados abiertos con Estados Unidos en temas clave como migración, comercio, seguridad y agua. Eso nos coloca como un actor con intereses directos en nuestras propias relaciones con uno de los Estados enfrentados, no como un tercero neutral.
Además, la política exterior mexicana de los últimos años no ha construido una reputación de mediación imparcial, especialmente en América Latina. Por el contrario, ha estado marcada por afinidades ideológicas. México es de los pocos países de la región que se ha negado a condenar abiertamente a las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Esa postura dificulta que sea visto como un árbitro confiable por todas las partes.
A ello se suma que, bajo la 4T, México se ha involucrado en la política interna de otros países, como Bolivia, Ecuador y Perú, donde incluso el Congreso declaró persona non grata a Sheinbaum cuando era jefa de Gobierno.
La mediación internacional exige neutralidad y credibilidad. Hoy, México parece carecer de ambas. Antes de ofrecerse como mediador, quizá convendría fortalecer su propia posición diplomática y su prestigio internacional.