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Viajes lujosos, discursos pobres

Las imágenes de líderes de Morena vacacionando en Europa y Asia durante este verano, incluidas las más recientes de Andrés Manuel López Beltrán —hijo del expresidente López Obrador— saliendo de una tienda de la exclusiva marca Prada en Japón, han generado mucha conversación. Se ha cuestionado el origen de los recursos para hacer estos viajes. Sin embargo, en el caso de Morena, el meollo del asunto parece otro: la contradicción en el discurso. 

La presidenta Claudia Sheinbaum ha manifestado su molestia con respecto a estos viajes y ha insistido en que el poder debe ejercerse con humildad. Ha señalado que los miembros de su movimiento tienen “una responsabilidad pública y una responsabilidad que tiene que ver con el movimiento al que representamos y los principios que representamos”. 

En los señalamientos de la presidenta no hay una crítica a tener dinero para hacer estos viajes, pero parece haberla a hacer uso de los recursos con los que se cuenta. ¿De qué responsabilidad habla la presidenta, la de mantener las apariencias? 

Estos viajes muestran que sí hay una distancia entre la vida de la clase política morenista y la de millones de mexicanos. “Vivir en la justa medianía” como dictaba López Obrador no parece resonar entre quienes se pasean por Tokio, Madrid o Capri, ni siquiera en su familia. 

La narrativa de un partido austero y de ciudadanos promedio se esfuma cuando sus figuras más visibles exhiben un estilo de vida privilegiado. La defensa que ahora hace Morena no es de sus principios, sino del mito que construyó.