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Convocatoria juvenil, descontento multigeneracional

La marcha del 15 de noviembre, convocada originalmente por jóvenes de la Generación Z, terminó convirtiéndose en una manifestación de diversos grupos sociales. Lo que empezó como un llamado juvenil en redes sociales se transformó en una movilización diversa, capaz de reunir a sectores que rara vez coinciden en las calles.

En distintas ciudades del país, la protesta sumó, además de integrantes de la generación convocante, a simpatizantes del llamado Movimiento del Sombrero, indignados por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y por el deterioro de la seguridad. También participaron familias completas, adultos de todas las edades y contingentes de la “Marcha de Bata Blanca”, integrada por personal de salud que exige mejores condiciones laborales y un sistema que funcione.

Algunos críticos se han apresurado a señalar que hubo “pocos jóvenes”, intentando invalidar la movilización de esta manera. Pero esa lectura se queda corta. Que la convocatoria lograra atraer a personas tan distintas habla de un malestar más extendido, que va más allá de algunos jóvenes de la Generación Z.

La marcha congregó a estos grupos disímiles porque funcionó como una especie de válvula de escape para un descontento que llevaba tiempo acumulándose y que encontró aquí una oportunidad para expresarse. Lo relevante no es contar cuántos jóvenes asistieron, sino reconocer por qué distintos grupos decidieron apropiarse de esta marcha para plantear sus reclamos. La protesta reveló una energía política contenida y un hartazgo que sigue creciendo en amplios sectores de la sociedad.

Hemos visto en las últimas semanas manifestaciones de madres buscadoras, transportistas y productores agrícolas. Ahora fue el turno de otros grupos. Ignorar este descontento sería un desatino para cualquier movimiento político del país.