El sábado 6 de diciembre, la presidenta Claudia Sheinbaum encabezó un acto multitudinario para celebrar los siete años de gobierno de la llamada Cuarta Transformación. En su discurso insistió en defender a su movimiento de quienes se oponen a él y subrayó: “¡No vencerán al pueblo de México, ni a su presidenta!”. El discurso es aguerrido y poderoso, pero, ¿de qué oposición habla?
Hoy la 4T tiene el poder Ejecutivo y una mayoría calificada construida con maniobras legales cuestionables en ambas cámaras, lo que le permite modificar la Constitución a voluntad. Controla 24 de 32 gobiernos estatales. Reformó el Poder Judicial para nombrar jueces mediante voto popular y operó para colocar perfiles afines en los máximos cargos, incluyendo la Suprema Corte. Ha eliminado órganos autónomos que funcionaban como contrapesos —como el INAI, la Cofece y el IFT— y ha vuelto irrelevantes a los que sobrevivieron, como la CNDH.
En este panorama, ¿quiénes son los “adversarios” que Sheinbaum dice enfrentar? ¿Un puñado de legisladores sin influencia, sin un proyecto alternativo que ofrecer? ¿O partidos desfondados que han perdido toda credibilidad?
La narrativa del enemigo externo es indispensable para mantener viva la épica de un movimiento que llegó prometiendo derrotar a la supuesta “mafia en el poder”. Ahora que no quedan estructuras de poder por vencer y cuando casi todos los contrapesos han sido neutralizados, cualquier crítica sirve para alimentar el relato. Eso incluye a un joven que participó en la organización de una protesta de la Generación Z, enfocada, principalmente, en exigir que mejore la situación de seguridad y que terminó en la picota presidencial y con sus datos personales exhibidos por la dirigente nacional de Morena.
Sheinbaum no defiende a la 4T de una oposición poderosa; defiende un relato que necesita enemigos para seguir gobernando.